Había leído libros
sobre la historia de Japón, sobre su antigua capital, sobre sus calles, sobre
sus templos. Había revisado mis guías de turismo, visto las fotos de otros
viajeros y leído sus recomendaciones. Y sin embargo, nada de eso me había
podido preparar para la impresión que tuve cuando, después de haber llegado a
la estación de tren, me abrí camino entre las calles con tejados de barro y
templos escondidos entre los restaurantes de tallarines. Pocas veces, en todas
las ciudades en que he vivido, he visto un balance tan estable entre
modernidad, historia y naturaleza: hay que caminar pocos pasos para pasar de
una zona comercial, a un sitio histórico centenario o a un bosque sereno. Y por
el centro de estos elementos corre el Río Kamo, arbolado, como la traquea de
una ciudad que respira y vive.
Durante el verano,
no pueden faltar los picnics a la orilla del rio, los paseos por los templos, y
los parques, las excursiones en montaña. Verde es el color del verano. Aunque
hace calor, nunca faltará un árbol o un canal de agua fresca para servir de
amigos durante los largos días.
Uno de los mejores
momentos para estar en Kyoto es sin duda el otoño. Especialmente durante el mes
de noviembre cuando la infinidad de arboles en la ciudad ofrecen uno de los
espectáculos más bellos que veréis en la vida. Durante este mes no podrán
faltar las visitas a los templos escondidos en las montañas del Este, ni los
paseos bajo los cerezos pintados de rojo del Río Kamo.
Gris es la color del
invierno. Hace frío, sí. Pero vale la pena sacar el abrigo para poder ver las
montañas del Este, ahora grises rodeadas de nubes por la madrugada. O las raras
ocaciones, durante el mes de febrero en que la nieve cubre los bosques y los
templos de la ciudad.
A pesar de todo, no
hay mejor momento para estar en Kioto que durante la primavera. Sobre de todo
después de haber pasado todo el invierno esperando el equinoccio delante de la
estufa, con los pies metidos en el kotatsu. De
una naturaleza petrificada durante el invierno, nace un espectáculo de color y
vida al centro de el cual se encuentra la floración de los cerezos, a finales
del mes de marzo. Y Kioto se encuentra el en epicentro de esta sinfonía de
alegría: no solamente habrá lugares magníficos dentro de la ciudad como el
Camino del filósofo o el jardín botánico, sino que también podréis subir en un
tren y visitar las regiones aledañas, con sus arboles silvestres encima de
montañas coloridas.
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